Nos lanzamos de nuevo a la carretera con nuestra autocaravana dispuestos a pasar un día de relax en algunas de las playas de California, habíamos pensado visitar varias: Santa Mónica, Malibú, Venice, Manhattan Beach...
Pero nuevamente intentamos abarcar demasiado y tuvimos que quedarnos únicamente con las 2 primeras, que no está nada mal, por otra parte.
Por la mañana fuimos al "Pier" (Muelle) de Santa Mónica, tantas veces visto en series como "Los Vigilantes de la Playa" o "Pacific Blue", con la mítica Noria y las antiguas atracciones de feria que la acompañan.
Además de visitar el muelle, teníamos la intención de sentarnos en la playa y bañarnos en el océano Pacífico, pero nuestra experiencia en California nos dice que siempre amanece nublado y baja la temperatura hasta el punto de tener que ponerse chaqueta en ocasiones, al menos en Agosto; con lo cual, en Santa Mónica, no pudimos tocar el agua.
Dimos una vuelta por el Pier, muy concurrido, ya que hay puestos de souvenirs, restaurantes, atracciones de feria, la señal del final de la ruta 66...
El final de la ruta lo encontramos de casualidad, pues por lo que me había informado, ésta no acababa en el mar originariamente; pero imagino que como reclamo turístico lo indicaron en el cruce de Santa Mónica Boulevard con Ocean Boulevard.
Dimos una última vuelta por esta playa con la intención de ver a las patinadoras tal y como las series nos las mostraban... ni rastro, imagino que el día tampoco acompañaba demasiado.
Nos fuimos entonces a buscar la autocaravana, que habíamos aparcado en Lincoln Boulevard, a unas 6 manzanas (lejos), pues tras varios intentos de aparcar a pie de playa, en un aparcamiento nos pedían 48 dólares, que no estabamos dispuestos a pagar debido al tiempo que íbamos a gastar allí.
De camino, Nuria y yo vimos un hotel llamado "The hotel California", como la mítica canción de los "The Eagles". Ignorando si el hotel de la canción existe o no, lo inmortalizamos por si lo fuera.
Marcamos en el gps dirección Malibú, el cual nos llevó por la carretera pegado a la costa, con unas vistas preciosas, pero con un atasco considerable, así que en medio del caos, estacionamos a un lado de la carretera y preparamos la comida; es lo bueno de llevar la casa a cuestas.
Reanudamos la marcha ya con menos tráfico y llegamos hasta el pueblo de Malibú, donde aparcamos, lejos de nuevo por la considerable magnitud de nuestro vehículo y nos adentramos en unos senderos que nos llevaban a lo que prometía ser una playa más salvaje que las vistas hasta ahora.
Así fue, nos encontramos con una bonita playa, ubicada en entre montañas y un lago lleno de gaviotas, mucho más natural de lo que estamos acostumbrados y no tan turística quizás como sus vecinas Santa Mónica y Santa Bárbara.
El día se había tornado en soleado y con una temperatura agradable, lo que hizo que nos tumbaramos en la arena e incluso apeteciese bañarse, pero al tocar las aguas del Pacífico con los pies se quitaran las ganas de golpe.
Hicimos unas fotos en la playa y al observar que el socorrista recogía para cerrar su puesto de vigilancia y marcharse, le pedí que me prestara el instrumento inprescindible de todo socorrista estadounidense que se precie, la "boya torpedo", que popularizó la serie de "los vigilantes de la playa".
Me lo dejó sin problemas con ya la habitual simpatía americana para hacernos la foto.
Nos marchamos hacia la caravana para continuar con la ruta antes de que anocheciera en busca de un camping que localizamos en Santa Bárbara, pueblo californiano muy famoso también por sus playas.
Llegamos siendo noche cerrada y nos encontramos algo muy curioso en este camping que hasta ahora no habíamos visto.
No hay nadie en la recepción, por lo que, te diriges a la oficina y hay una serie de sobres que indican las plazas libres, escojes uno, aparcas en dicha plaza y rellenas el formulario del sobre con tus datos, noches que permanecerás en el camping y el número de personas.
En el formulario te indica los precios por noche y por persona, así que metes el dinero en el sobre y lo dejas en el buzón de la oficina.
Es una especie de funcionamiento por confianza, ya que nadie ni nada parece controlar la honestidad de la gente a la hora de pagar.
También cabe señalar que en la oficina del camping hablamos con la dueña del camping, que nos comentó el funcionamiento y que era su "Day off" (día libre).
Aún así me cuesta creer que éste modelo fuera posible en España, pues todos sabemos que abusamos de la picaresca.
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