miércoles, 11 de agosto de 2010

Día 9: Rumbo a Las Vegas con parada en Denver.

Comenzó el día con sensaciones agridulces, por un lado la pena que supone dejar ésta ciudad de ensueño, pues como titula una de sus canciones REM, "Leaving New York, never easy", dejar Nueva York, nunca es fácil.

Por otro lado la alegría de continuar en el viaje y poder visitar una ciudad tan atípica como Las Vegas y acercarnos al lejano oeste americano.

Como también alegría suponía la emoción de viajar en limusina, sí sí, en limusina.
Es una sorpresa que teníamos guardada y que contratamos para que nos llevara al aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey.

Cuando nos lo ofrecieron en el hotel dudamos, pero nos comentaron que sería 130 $ para los seis y no nos lo pensamos ni un segundo.



Nos desmadramos un poquito en la limusina, como podréis ver, pero no somos amigos de Paris Hilton y no montamos en una como ésta todos los días...




Todo nos estaba saliendo a pedir de boca, a decir verdad demasiado bien, eso andaba yo pensando éste día antes de montar el avión que nos debía dejar en Las Vegas en unas 5 horas y 30 minutos de viaje.

Yo siempre he dicho que volar es un mal necesario, ya que me encanta ver mundo, se trata de mi mayor pasión, pero he de reconocer que no he superado del todo el miedo a volar.

Todo ésto viene a propósito de lo que ocurrió pasado el ecuador del viaje en avión, sobrevolabamos el estado de Colorado cuando de repente sonó un ruido bastante fuerte en el motor derecho del aparato; Nuria me aseguraba que el motor se había parado. Yo pensé que eso no podía ser, pues el avión volaba perfectamente y no veía a nadie nervioso.

Estaba en lo cierto, el piloto avisó por megafonía que había un problema mecánico en el avión y que tendríamos que aterrizar en Denver, pero que todo estaba bajo control.
A decir verdad no se notó especialmente que voláramos con un motor, pero Nuria y yo pasamos seguramente los peores y más largos 30 minutos de nuestras vidas.

Aterrizamos en Denver, un diez para el piloto que posó el avión en tierra con una suavidad nunca vista, todos los pasajeros aplaudimos, creo que en el fondo todos teníamos un poco de miedo.

Todo quedó en una anécdota, otra de tantas que podremos contar de éste maravilloso viaje, aunque preferiría que no hubiera ocurrido.

La estancia en Denver (Colorado) duró unas 3 horas. La compañía aerea nos proporcionó un vale de comida por las molestias causadas que todos aceptamos de buen grado.
Atrasámos el reloj 2 horas con respecto a la costa este de Estados Unidos y volamos rumbo a Las Vegas en otro avión diferente, cosa que a día de hoy sigo agradeciendo, pues pensaba que lo iban a reparar y que nos montaríamos de nuevo en el mismo.

Tomamos tierra... ¡Viva Las Vegas! y damos cuenta de otro mito, en el aeropuerto ya hay máquinas tragaperras; pues ahí les dejo la prueba.



Ajustamos nuestros relojes a la hora de la costa oeste, 9 horas de diferencia con España.

Llegamos a la ciudad del pecado con retraso, perdimos unas 5 horas de estancia, pero algunos a lo largo del día llegamos a pensar que quizá nunca la pisaramos.

Nuestro hotel, el Flamingo nos da las habitaciones, plantas 20 y 25, con unas vistas alucinantes.



Nos duchamos y salimos a la calle, tenemos ganas de empezar a vivir Las Vegas.




En frente de nuestro hotel está el "Bellagio", famoso por la fuente que hay en su fachada principal, nos dirigimos a ver el archiconocio espectáculo que mezcla agua, luz y sonido.



Después entramos al propio casino, ya que David quiere comprar fichas de un dólar para regalar y de recuerdo; en la caja le ponen cara rara, quiere cambiar 10 $ en fichas de 1, pero aceptan y consigue el souvenir.

Observamos atónitos como la gente juega al "Black Jack", la ruleta, los dados...




El juego es algo muy serio aquí y me llaman la atención por hechar las fotos que os véis encima.

Llevamos poco tiempo en la ciudad, pero el suficiente como para darse cuenta que en los casinos se respira un aire de enfermedad, vicio y soledad; o esa es mi sensación.

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